Header image
 

El logototipo que identifica a la entidad es una flor de loto abierta, símbolo del renacer a una vida nueva tanto en el Antiguo Egipto como en el Oriente Medio y Cercano. Encierra jeroglíficos con la salutación brindada al faraón (de derecha a izquierda): "anj, djed, was" sobre un cesto neb, que puede traducirse como: "(le sean dados) toda la vida, toda la estabilidad y todo el dominio".

 
 
 

Monumentos de Buenos Aires

La "Pirámide de Mayo"

 

El más antiguo de estos monumentos es el obelisco que adorna la Plaza de Mayo. Que sus creadores lo hayan denominado “pirámide” es una confusión que parece ya imposible enmendar. Su construcción se dispuso en 1811 con el fin de conmemorar el primer aniversario de la Revolución de Mayo, y estuvo a cargo del maestro mayor de obras Francisco Cañete. Al parecer el 25 de mayo de aquel año aún no se había concluido, pero de todos modos se procedió a su inauguración en la entonces Plaza de la Victoria, es decir más al oeste de su actual emplazamiento. Fue modificado en 1857, cuando se le agregaron 5 metros a los 14 de su altura original y se incorporó la estatua de la Libertad. En noviembre de 1912, al remodelarse el área, fue trasladado al centro de la Plaza de Mayo, donde se encuentra actualmente.

 

 

El frontispicio de la Catedral

 

El actual edificio de la Catedral Metropolitana, consagrada a la Santísima Trinidad, estuvo precedido por otros cinco (o seis según algunos investigadores). Su construcción se inició bajo los virreyes, en 1791, y hasta la época de Rivadavia careció de pórtico, realizado en estilo neoclásico por Próspero Catelin y Pierre Benoit entre 1822 y 1824, con doce columnas corintias. El frontispicio permaneció sin decorar hasta 1862, cuando se contrató al escultor Joseph Dubourdieu para plasmar en bajorelieve el episodio bíblico del encuentro de José el Hebreo con su padre Jacob y sus hermanos, en Egipto. Para no dejar dudas sobre el lugar de la escena, como trasfondo aparecen las pirámides de Gizeh, que desde el costado de la Plaza miran a la “pirámide” de Mayo.

 

 

 

El Obelisco

Nadie puede dar fe de los motivos que llevaron a los concejales porteños a conmemorar los 400 años de la fundación de la ciudad por Pedro de Mendoza con la erección de un obelisco en la intersección de la por entonces flamante Avenida 9 de Julio y la ensanchada Corrientes. Quizá los inspirara el vano intento de rivalizar con los 169 metros de altura del obelisco hueco de la ciudad de Washington, recubierto con placas de mármol blanco, o -más probablemente- con París y su reliquia faraónica de la Place de la Concorde. El lugar se eligió porque en las torres de la iglesia de San Nicolás, que se había levantado en el sitio y fue necesario demoler para permitir el trazado de la avenida 9 de Julio, flameó por primera vez en la ciudad la insignia de Belgrano (agosto de 1812).

Con 67,50 metros de altura, el obelisco es una cáscara de cemento que encierra una escalera recta de 206 peldaños, cuya funcionalidad ha sido cuestionada más de una vez, no menos que la del propio monumento. Fue proyectado por el arquiteco tucumano Alberto Prebisch, quien tras su viaje a Europa fue un precursor del "modernismo" en la arquitectura porteña. La obra fue ejecutada por la constructora Siemens en apenas cuatro semanas, y se inauguró el 23 de mayo de 1936. Entonces estaba revestido por placas de piedra cordobesa, pero algunas se desprendieron horas después de llevarse a cabo los actos patrios, por lo cual se dispuso el reemplazo del revestimiento por una capa de cemento alisado.

En torno a la propuesta de erigir el obelisco se produjo un fuerte debate en la prensa y la opinión pública, y algunos consideraron que debió haber sido monolítico al estilo faraónico. A los pocos años se llegó a disponer su demolición, pero desafiando las críticas y el ácido humor de los porteños la aguja de cemento hizo caso omiso de las ordenanzas.

Sigue resultando paradojal que la tarjeta de presentación de la ciudad, en postales y folletos turísticos, sea una imagen netamente egipcia: la Plaza de Mayo con su "pirámide", o la Plaza de la República con su Obelisco.

 

Otros vestigios egipcianizantes

 

Se debe al Dr. Eduardo L. Holmberg, designado en 1888 primer Director del Jardín Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires, el haber propuesto para albergue de los animales varias construcciones según el criterio de la "correspondencia arquitectónica" entre las especies exhibidas y los edificios de su país de origen. Los pabellones reprodujeron monumentos de culturas orientales, y fueron inaugurados a comienzos del siglo 20, cuando ya se desempeñaba en el cargo de Director el italiano Clemente Onelli.

El pabellón "egipcio" actualmente aloja a las suricatas (mamífero carnívoro de la familia de las mangostas, que vive en el sur de Africa y se alimenta de insectos, pequeños roedores, y hasta escorpiones a cuya picadura es inmune). Presenta las clásicos elementos faraónicos: columnas lotiformes, cornisa "cavetto", decoración con el sol alado, y dos esfinges, arbitrariamente ubicadas en el techo en lugar de hallarse a ambos lados del frente.

 

 

A estos monumentos pueden agregarse, en el ámbito de la arquitectura funeraria, los pequeños obeliscos, esfinges o pirámides que en las bóvedas del Cementerio de la Recoleta reposan como humildes y ansiosos intentos de capturar un destello de la eternidad, una esfinge en los Bosques de Palermo, cerca del Jardín Japonés, y muchos más.

El listado de los elementos decorativos o arquitectónicos en edificios particulares o vinculados a asociaciones y cultos que sostienen origen egipcio-faraónico no carecería de interés, y depararía muchas sorpresas.

 

NOTA: Las fotos que ilustran esta página fueron tomadas por María Belén Daizo, a quien agradecemos su colaboración.

 

 

Anterior

Home