Artículo publicado en AEGYPTUS ANTIQUA, Volumen 11 (2003)
Entidad e Identidad de la Civilización Kushita
Juan Vicente Estigarribia
Miembro del Instituto de Egiptología de la Argentina (1964-1978). Miembro fundador del CEEMO en 1989. Especializado en la Epoca Tardía y la civilización kushita.
Antecedentes de una discriminación .
Nada tan vano como el calificativo Universal aplicado al sustantivo Historia. Para demostrarlo basta recordar cómo las obras que a fines del siglo XIX pretendían sintetizar todo el pasado de la humanidad adolecían de omisiones graves, provocadas involuntariamente por la carencia de testimonios arqueológicos o literarios correspondientes a determinadas sociedades cuyo recuerdo habían borrado los siglos. Por entonces comenzaban a aparecer bajo la densa selva tropical del Yucatán las ruinas de los templos mayas, a comienzos del siglo XX los hititas de aisladas menciones bíblicas pasaban a perfilarse como una importante civilización del Asia Menor, y en la década de 1920 despertaban los sumerios con las excavaciones de Ur y la cultura del Indo con el hallazgo de Mohenjo Daro. El aislamiento de antiguos sitios urbanos y las selvas o las arenas que los cubrían favorecieron el paulatino olvido, pero gracias al esfuerzo de los arqueólogos poco a poco las páginas perdidas se fueron incorporando al corpus de los registros históricos.
La situación no era la misma en el Sudán septentrional. Monumentos de regulares proporciones se recortaban contra la estepa, desde la cuarta catarata del Nilo hasta aguas arriba de la quinta, incluyendo decenas de templos y centenares de pirámides de estilo egipcio-faraónico. Ilustrados viajeros europeos habían recorrido la amplia “ese” del Nilo, desde el pionero James Bruce en 1772 hasta Richard Lepsius en 1844, copiando textos y dibujando los monumentos. En los relatos de viaje que publicaban, los consideraban versiones provinciales o imitaciones bárbaras de los edificios cultuales o funerarios faraónicos.
La situación pudo variar radicalmente en los primeros años del siglo XX. En 1909 John Garstang excavó en Begrawiyah, y aunque pudo establecer que se trataba del sitio de la antigua Méroe mencionada por primera vez por Herodoto, publicó los resultados en forma deficiente. Entre 1916 y 1923 permaneció en el Sudán la Expedición Conjunta de la Universidad de Harvard y el Museo de Bellas Artes de Boston (HUMFA) que a cargo de George A. Reisner excavó los campos de pirámides de Napata (el-Kurru, Nuri y Barkal) y de Méroe (Cementerios Norte, Oeste y Sud) y reunió una extraordinaria colección de piezas, que fueron distribuidas entre Boston y Khartum. En un lapso de 3 años (1918 a 1920) se identificaron en diferentes necrópolis las tumbas de cinco faraones de Egipto -todos los que integraron la dinastía 25ª (c. 747 a 656 a.C.)-, y las de unos 60 soberanos que los sucedieron en el Sudán septentrional. Por comparación de las estructuras excavadas, Reisner pudo elaborar un esquema cronológico tentativo sostenido sólo por consideraciones técnicas y estilísticas, asumiendo como premisa que el tamaño de cada pirámide era directamente proporcional a la duración del reinado de su constructor. Elaboró así una secuencia de generaciones anteriores y posteriores a la “Dinastía 25ª”, que con sede en Napata y luego en Méroe, reinaron sobre un dominio extendido básicamente sobre la “ese” del Nilo, con una frontera norte fluctuante entre la primera y segunda cataratas, y una frontera sur totalmente desconocida.
La importancia de estos hallazgos no fue reconocida por los contemporáneos, tal vez por haberse producido a fines de la Primera Guerra Mundial y en la inmediata posguerra, cuando eran otras las noticias que atraían el interés del gran público. En los siguientes 20 años Reisner sólo dio a conocer informes preliminares, y los resultados de las excavaciones fueron publicados entre 1950 y 1963 por quien fuera su asistente en Sudán, Dows Dunham (5 tomos de “Royal Cemeteries of Kush”). En consecuencia, sólo a mediados del siglo XX llegaron a manos de los especialistas y el público en general los elementos de juicio que permitieron discernir más ajustadamente la idiosincrasia de quienes construyeron los monumentos del Sudán septentrional. Aún así, la perspectiva no se modificó, y la mayoría de los autores continuó considerándolos imitaciones toscas y decadentes de la arquitectura faraónica. Los estudiosos occidentales se resistían a admitir que nativos africanos hubieran sido capaces de crear y sostener un Estado organizado con una administración compleja, armar ejércitos para defender sus fronteras y elaborar variadas muestras de refinamiento cultural.
Esta actitud podía advertirse en cualquier estudio relativo a la antigüedad africana. En palabras de Colin Renfrew en el Correo de UNESCO en Julio de 1985:
“Durante muchos años se creyó que las ruinas del Gran Zimbabwe, en el país africano que hoy lleva el nombre del monumento, debían de ser obra de hábiles inmigrantes del norte, o quizá resultado de los contactos con los comerciantes árabes. Sencillamente no se admitía que pudieran ser obra de los mismos habitantes, es decir de la población africana. Y, sin embargo, hoy todas las pruebas (incluida la del radio-carbono) convergen en mostrar que esa era justamente la verdad del caso”.
El prejuicio se acentuaba al considerar en particular la antigua cultura sudanesa. En 1954, tras referir cómo Reisner logró establecer su secuencia cronológica básica, Sir Leonard Woolley agregaba como conclusión:
“One can see how in this remote corner of central Africa there long persisted the primitive culture which in prehistoric days had been that of the lower valley of the Nile, how it was brought up against historic Egypt and reacted to the more advanced civilization of the North until up-to-date organization enabled the Ethiopians to conquer their degenerate teachers by force of arms. One can see how African inconstancy was unable long to hold what brute force had won, how the Negro love of foreign novelty made Ethiopia welcome Greek art, and spread an Alexandrian veneer over the essential barbarism of the Sudan…”(1)
Por su parte. al redactar un breve catálogo de las colecciones del Museo de Boston, William Stevenson Smith escribía en 1960:
“In the Sudan, the Egyptian style, although occasionally renewed by a fresh impetus from the north and influenced to a certain extent by the importation of classical objects, was gradually being submerged by African barbarism at Meroë”. (2)
Esta actitud general de subestimación hacia la cultura kushita puede atribuirse a la formación intelectual de los investigadores que han contribuido a un mayor conocimiento de la cultura del antiguo Sudán. Si se consideran los antecedentes profesionales de los pioneros de la arqueología sudanesa en la primera mitad del siglo 20 se comprueba que se habían formado como egiptólogos, por lo cual no puede extrañar que su punto de referencia haya sido siempre el Egipto faraónico. Estaban familiarizados con la arquitectura, las formas artísticas y la epigrafía del valle inferior del Nilo. Este condicionamiento se agrega al eurocentrismo conciente o subliminal de muchos autores, evidente hasta mediados del siglo pasado y con fogonazos residuales aún hasta hoy.
Debieron transcurrir 30 años desde la publicación de los libros de Dunham para que surgiera un fuerte movimiento reivindicatorio, que ha llevado a revisar todos los presupuestos referentes a quienes levantaron los templos y pirámides del Sudán.
Uno de los argumentos de quienes niegan originalidad a la cultura kushita se vincula a la permanencia del estilo egipcio-faraónico en la arquitectura, el relieve y el arte mueble en la región. Respecto a este punto observa Bruce Trigger:
“Yet scholars may over-estimate the Egyptianization of the Napatan elite. Politically and culturally, their monuments were concerned with validating their claim to the rightful rulers of Egypt, while their written records were probably composed for them by Egyptians. These records may reflect an ideal better than they do reality”. (3)
Otra esperanza frustrada se refiere a los sistemas de escritura. Ya Lepsius había advertido en templos de la zona, inscripciones en un sistema de escritura desconocido que empleaba 23 signos, por lo cual podía sospecharse que era alfabético. Comparando textos, en 1909 Francis Ll. Griffith logró “descifrar” el sistema, es decir, sustituir los signos por su valor fonético aproximado. Podía pensarse que se estaba cerca de lograr una traducción del lenguaje. Pronto quedó en claro que el meroíta no estaba estrechamente emparentado con el egipcio, ni tampoco con el nubio, el lenguaje de los habitantes del Sudán septentrional en tiempos cristianos. Mientras no se descubriera una inscripción con el mismo texto en dos lenguas, una de ellas conocida –como el caso de la Piedra de Rosetta- todos los intentos de traducción serían infructuosos.
Las necrópolis de particulares en Karanog y Areika (excavadas por Woolley y MacIver en 1907-8) proporcionaron abundantes estelas funerarias con textos en meroíta; al analizarlos paralelamente con los de otras localidades, Griffith identificó segmentos que se repetían, estableciendo un esquema de cuatro secciones: Invocación, Nominación, Descripción y Bendición.
Tras varias décadas con escasas novedades en este terreno, M.F.L. Macadam publicó en dos tomos (1951 y 1957) el resultado de la excavaciones efectuadas en Kawa para la Universidad de Oxford, que incluían importantes inscripciones. En 1980 las excavaciones británicas en Qasr Ibrim hallaron nuevos textos, que incluían los primeros ejemplos de papiros en lengua meroíta.
La confusión semántica
Quedaba pendiente establecer claramente la identidad del Estado sobre el que habían gobernado los reyes del Sudán, y aquí se plantea una sucesión de equívocos.
· Manetón declaraba que la dinastía 25ª se componía de “tres reyes etíopes”. Los griegos y romanos que nos transmitieron noticias del reino también lo designaron “Etiopía”. En consecuencia Garstang tituló su informe de 1911 “Meroe. The city of the Ethiopians” y Reisner decidió adoptar la denominación “Ethiopian Kingdom”, originando una confusión que tardó décadas en salvarse, ya que con el mismo nombre ha existido durante siglos un Estado monárquico, hoy república, entre el Sudán y el Mar Rojo.
Para los griegos, Etiopía no era una zona específica: Arkell lo explica así: “Ethiops = 'burnt face', was a name invented by the Greeks for the dark-complexioned inhabitants of southern lands, and it had originally no geographical significance. It is comparable to the modern 'nigger'.” (4). Podría traducirse como “Tierra de los negros”, equivalente al árabe Bilad as-Sudan.
Por lo tanto, resultaría recomendable evitar definitivamente la calificación de “etíope” referida al Reino de Napata-Méroe o a sus soberanos.
· Cuando en 1967 Peter L. Shinnie publicó la primera síntesis general de esta cultura la tituló “Meroe. A civilization of the Sudan”, aclarando que su campo cronológico de estudio se iniciaba con el traslado de la sede real a Méroe. Esta obra puso en manos del gran público valiosas referencias históricas y los resultados de recientes misiones arqueológicas. Se hizo habitual el empleo del adjetivo “meroítico” para aludir a todo lo vinculado con el segundo período del reino kushita, pero hoy en día es cada vez más evidente que la cesura entre el período napatano y el meroítico es artificial y resulta en un verdadero “tour de force”, ya que son muchos los argumentos a favor de una continuidad en todos los aspectos de la cultura material y espiritual.
Es cierto que últimamente se han encontrado pruebas de la existencia de la lengua meroítica en tiempos de la “dinastía 25ª”, pero no parece razonable ampliar la acepción de “meroítico” para englobar todo el desarrollo histórico del reino: sería como llamar Reino Tebano en Egipto al período posterior a la Tercera Dinastía. No hay que olvidar que llamamos “meroítica” a la lengua simplemente porque desconocemos su verdadera denominación.
· Otro de los términos empleados para designar al Reino de Napata-Méroe ha sido “Nubia”. Originalmente designaba a la zona habitada por individuos cuya lengua materna fuera el nubio, probablemente llevado a la margen occidental del Nilo por grupos procedentes de Kordofán hacia el siglo 2 a.C., es decir el territorio comprendido entre la primera y la cuarta catarata, pero a través de los años ha pasado a designar una zona geográfica cada vez más amplia. Hoy se lo utiliza para designar toda el área comprendida entre la primera y la sexta catarata, postura que ha recibido atendibles objeciones. Entre los afroamericanos llega aún más lejos esta ampliación geográfica, ya que en los últimos años el gentilicio “nubio” pasa a ser sinónimo de “africano”.
Podría admitirse denominar “nubios” a los reyes de Napata-Méroe, pero no puede olvidarse que la historia de Nubia abarca un período mucho más prolongado que el desarrollo de los reinos de Napata y Méroe.
· El editor de las excavaciones de la HUMFA, Dows Dunham, adoptó la denominación autóctona “Kush”. Los reyes de Napata reivindicaron para su Estado el nombre del Reino de Kas o Kash, con sede en Kerma, contemporáneo del Reino Medio y el Segundo Período Intermedio egipcio, que se constituyó en temible amenaza para la frontera sur de los Sesostris y Amenemhat, expandió sus fronteras hasta Asuán bajo la dinastía 17, y llegó a entablar alianza con los hicsos del norte en contra de los tebanos. El vocablo pasó al hebreo bíblico en la forma Kush, que se ha popularizado entre los estudiosos occidentales.
Es cierto que aquí la lingüística provoca otra confusión. En el ordenamiento de las lenguas africanas, aparecen las kushitas, vinculadas a la gran familia Afro-asiática (a la que pertenecía el antiguo egipcio) y habladas actualmente por varias etnias del Sudán, Etiopía y Tanzania. Sin embargo, los habitantes del Reino de Napata-Méroe hablaban meroíta, que no se ubica en ese grupo, y cuya afiliación se considera hoy vinculada a la familia Nilo-sahariana. Las lenguas kushitas no se hablaban en el área central del Reino.
No obstante, parece altamente razonable designar al Reino de Napata-Méroe con el nombre que sus propios habitantes utilizaron, y por eso adoptamos la denominación “Reino de Kush”.
La consideración académica
Hasta mediados del siglo XX en los congresos científicos dedicados a la Historia Antigua los temas kushitas aparecían a la sombra del Egipto faraónico, como un apartado sin mayor trascendencia. Durante el 27° Congreso Internacional de Orientalistas, celebrado en Ann Arbor, Michigan, en agosto de 1967, reciben su consagración oficial: por primera vez en una reunión científica internacional una sesión se dedica específicamente al tema. Poco después, tras largos años de gestiones entre varios especialistas entre quienes se destacan Jean Leclant y Fritz Hintze, se concretan en 1971 las Primeras Jornadas Internacionales para Estudios Meroíticos, en la Universidad Humboldt de Berlin. En 1973 se realiza la Segunda reunión en Paris, y en 1977 la tercera en Toronto. Los encuentros se suceden periódicamente de allí en más y actualmente se está organizando el décimo.
Paralelamente se advierte un desplazamiento del término “Nubiología”, hasta hace unas décadas limitado a las culturas pos-meroíticas. En los últimos años del siglo XX, ante la extensión “de facto” del territorio geográfico cubierto por la voz “Nubia”, los círculos científicos acusan recibo del cambio, y el último Congreso de Nubiología (Roma 2002) incluyó prioritariamente temas meroíticos.
La falta de acuerdo respecto al nombre del Reino de Kush condiciona también la denominación de la disciplina dedicada a su estudio. Mientras que los especialistas alemanes acuñan el término “Meroitistik”, los británicos y franceses rechazan crear alguna voz equivalente y emplean “Meroitic Studies” = “Études Méroïtiques”, que se ha traducido al equivalente castellano Estudios Meroíticos.
Por su parte, en 1996 las autoridades sudanesas anunciaron la apertura de un nuevo campo de investigación arqueológica bautizado “Sudanology”, por referencia y contraste con la “Egyptology”, que abarca naturalmente todas las culturas históricas del país.
Doce siglos de historia sepultada .
Aunque el desconocimiento de la lengua dificulte acceder a muchos aspectos de la cultura kushita, la tarea conjunta de muchos especialistas ha permitido trazar el desarrollo histórico de esta civilización, que puede dividirse en tres etapas marcadamente diferenciadas:
1) Una “edad oscura” que se inicia a mediados del siglo 9 a.C. con el paulatino ascenso de un linaje de príncipes sudaneses que ante el debilitamiento de Egipto bajo las dinastías libias asume el poder en Napata, al pie de la “Colina Santa” (Yebel Barkal), aguas abajo de la Cuarta Catarata del Nilo. Son enterrados sin momificar, sobre lechos funerarios, bajo túmulos que recuerdan a las tumbas del primer Reino de Kush (Kerma). Menciones posteriores hacen de Alara el fundador del linaje. A comienzos del siglo 8 a.C. la esfera de influencia de estos príncipes llega al Alto Egipto, y el rey Kashto establece un acuerdo con los sacerdotes tebanos que implica su virtual reconocimiento como soberano: su hija Amenardis es instaurada como Divina Adoratriz de Amón en Tebas, con funciones y prerrogativas que la convierten en principal autoridad religiosa de la ciudad.
2) La “Dinastía 25ª”. Egipto se debate en luchas intestinas entre varios Estados rivales. Piye, el hijo de Kashto, se titula elegido por Amón para devolver la unidad a Egipto, e hijo dilecto del dios, asumiendo los símbolos reales faraónicos. Irrumpe en la política egipcia y lleva sus tropas hasta el Delta en 728 a.C. Recibe la sumisión de todos los pretendientes al trono, dando comienzo a la “Dinastía 25ª” de Manetón. Retorna a Napata, donde al morir es momificado y es enterrado en una pequeña tumba coronada por una pirámide. La dinastía se continúa con Shabaqo, que encabeza una nueva invasión a Egipto; Shabitqo, que interviene en Canaán; el glorioso Taharqo, febril constructor de templos en Egipto y Nubia y tenaz enemigo de los asirios; Tanuetamani, que intenta vanamente recuperar el dominio sobre Egipto. Se hacen representar en estatuas y relieves al estilo faraónico, y sólo algún elemento de su indumentaria (un ceñido casquete) o de sus insignias reales (el doble ureus) los distingue de los reyes egipcios.
3) A partir de la ocupación asiria del 661 a.C. los kushitas abandonan Egipto y reinan en el Sudán, primero en Napata y luego en Méroe, durante un milenio. En el 593 a.C. Psamético II invade Nubia y llega hasta Napata, bajo el reinado de Aspelta. Probablemente unos años más tarde se traslada la residencia real a Méroe, aunque los reyes continúan siendo enterrados en la zona del Yebel Barkal hasta fines del siglo 4 a.C. Hacia 529 a.C. se produce una nueva invasión egipcia bajo el reinado de Amasis, de la que existen sólo escasas referencias, y lo mismo ocurre acerca de otra que habría encabezado Ptolemao II hacia el 300 a.C. Por entonces los kushitas han adoptado el “alfabeto” meroita, y en sus manifestaciones artísticas se van haciendo cada vez más notorios elementos decorativos e iconográficos propios. Durante el siglo 1 a.C. reinan varias mujeres: Naytal, Amanirenas, Amanishakheto. Tras la anexión de Egipto por parte de Octavio, una reina meroíta a quienes las fuentes no identifican invade Egipto el 24 a.C. al mando de 30.000 hombres, deshace las guarniciones de Elefantina y Syena, llevándose prisioneros. Roma reacciona invadiendo Kush al año siguiente y las tropas de Cayo Petronio llegan hasta Napata y saquean la ciudad. Se firma un tratado de paz estableciendo la frontera en Hiera Sycaminos y los meroítas son liberados de pagar tributo. Contemporáneos de Augusto, Netekamani y Amanitore (quizá marido y mujer) desarrollan una notable actividad constructiva en todo el reino y dejan su impronta en muchos monumentos, probablemente favorecidos por la Paz Romana que les permite lucrar con el comercio hacia Egipto. Es el período de esplendor de Méroe. Luego llegan dos siglos de oscuridad hasta que en 253 y 260 d.C. el rey Teqerideamani envía sendas embajadas al templo de Isis en Filé. El último soberano conocido es Yesbekheamani (reina tal vez entre 283 y 300), pero en 311 otro rey envía una embajada a Constantinopla, según atestigua Eusebio de Cesarea. Hacia 350 el rey Ezana de Axum, en la actual Etiopía, invade el reino y ocupa Méroe, aunque en seguida la abandona. Posteriormente pudo haber otros reinados kushitas, pero la falta de evidencias impide toda certidumbre.
Desde el momento en que el último rey de la Dinastía 25 abandona Egipto hasta el fin del reino meroítico transcurren 1.000 años. El dato no adquiere sus debidas proporciones hasta que efectuamos una elemental comparación con la historia de otras sociedades. Mil años han pasado en Egipto desde Amenemhet I hasta Psusenés I, otros mil años han transcurrido en Occidente desde Carlomagno hasta Napoleón. Y en ambos casos, cuántos acontecimientos, grandes y olvidables reinados, ciudades fundadas y ciudades destruidas...
Los mil años kushitas, en cambio, se nos presentan como una aséptica sucesión de nombres reales dispuestos en aproximado orden cronológico de acuerdo a las variaciones del estilo arquitectónico de sus pirámides y capillas funerarias. De unos pocos soberanos existen evidencias adicionales. Pero mientras el lenguaje no devele su secreto, se tratará de un milenio sin historia. Conflictos y alianzas, guerras y tratados, la organización administrativa, la vida cotidiana de artesanos y labriegos, soldados y mercaderes, permanecen en la sombra. Pero aún aceptando la evidencia del acentuado tradicionalismo de los sudaneses, que se revela actualmente en múltiples rasgos culturales que llegan indemnes desde el remoto pasado, no puede negarse que lógicamente debieron producirse cambios, la sociedad debió evolucionar, adaptarse a nuevas influencias externas y a alteraciones ecológicas. Los monumentos revelan determinadas modificaciones a través de los siglos. Pero nada sabemos de la evolución interna del reino, o su relación con nuevos pueblos como los nobades y blemios, de quienes se discute si fueron enemigos de los meroítas o los últimos representantes de su civilización.
La reconstrucción de los últimos años .
Producto no casual de una maduración simultánea por parte de especialistas de muy diversos ámbitos geográficos, los últimos años asisten a una seria reconsideración sobre el lugar que le corresponde a la civilización kushita en el concierto de la historia universal. En gran parte esta se debe a la incesante actividad arqueológica, que aporta evidencias vinculadas a todas las épocas del pasado sudanés.
Tras la Segunda Guerra Mundial se creó el Servicio de Antigüedades del Sudán, que promovió relevamientos de zonas no exploradas y buscó capacitar a profesionales locales. Sus directores fueron los británicos Anthony J. Arkell y Peter L. Shinnie, el francés Jean Vercoutter y posteriormente los sudaneses Thabit Hassan Thabit y Negm ed din Mohamed Sherif.
La construcción de la represa de Asuán originó considerable actividad arqueológica en Nubia. Se excavaron algunos cementerios meroíticos y escasos sitios de habitación. Aunque muchos de los resultados jamás se publicaron, no parecen plantear modificaciones importantes al esquema histórico conocido con anterioridad a la Campaña.
En 1958 la Universidad Humboldt de Berlín inicia un relevamiento de la Butana (zona llana situada al oeste de Méroe), donde Fritz Hintze encabeza campañas anuales entre 1960 y 1968, estudia el sitio de Musawwarat es Sufra donde reconstruye y publica el Templo del León y encara el relevamiento del Gran Conjunto, una serie de recintos amurallados de funcionalidad aún sin precisar. Posteriormente trabaja en Naqa. Es el editor de los primeros volúmenes de la serie Meroitica, de la Universidad Humboldt.
Peter L. Shinnie inicia excavaciones en el sitio urbano de Méroe, para la Universidad de Khartum de 1965 a 1972 y en tarea conjunta para las Universidades de Calgary y Khartum de 1974 a 1976.
Los últimos veinte años asisten a un notable incremento en excavaciones arqueológicas en el Sudán septentrional, que unido a la multiplicación de congresos internacionales provee nuevas evidencias y estudios que llevan a modificar muchos presupuestos considerados inamovibles. Se vuelven a leer los clásicos (Herodoto, Plinio, Estrabón), se revisan los informes de las primeras misiones arqueológicas, se vuelven a estudiar piezas que dormían en los museos desde muchas décadas atrás, se cuestiona cada una de las afirmaciones de los textos de mediados del siglo 20.
Esta actividad creciente produce un salto cuantitativo en la acumulación de datos, y como su consecuencia directa, otro cualitativo que afecta la consideración académica de la civilización meroítica.
Un ejemplo destacado de la nueva postura de muchos estudiosos puede encontrarse en la obra de Maurizio Damiano-Appia, quien con el equipo del Centro de Estudios Luigi Negro explora el Desierto Occidental y el Gran Mar de Arena egipcio, descubriendo cientos de sitios arqueológicos aún sin estudiar sistemáticamente. En su Guía Arqueológica de Egipto y Nubia, publicada en español por Ediciones Folio de Barcelona (1997) plantea una consideración bipolar de la civilización del Nilo medio e inferior. Cada capítulo de la obra trata en forma paralela ambas áreas culturales, y desde su Introducción declara:
“Otro campo que se ha querido ofrecer al público es el de Nubia, hasta ahora ignorada por la divulgación, pero que aparece cada vez más fundamental en las investigaciones de los especialistas y cuya importancia se vuelve más y más clara dentro de la historia africana” (Fasc. I, pág. 8).
La calificación de Nubia como “el otro Egipto” es quizá la que define con mayor exactitud la nueva perspectiva. Tal vez de ahora en más haya que considerar la existencia de una Civilización Nilótica, que a partir del sustrato neolítico africano común se desarrolló en dos versiones paralelas, una “egipcio-faraónica” y otra “kushita” o (con menor propiedad) “nubia”, que interactuaron entre sí, se influyeron mutuamente, y en ciertos momentos históricos se fundieron en un solo Estado (primero bajo el dominio imperial faraónico y luego bajo la dominación kushita de la dinastía 25ª).
En la revaloración actual de los estudios meroíticos no deja de incidir la definida postura del gobierno de la República del Sudán, que manifiesta particular interés en la promoción de la cultura nacional y en familiarizar a sus ciudadanos con la antigua historia del país. En esa línea se inscribe la inauguración del nuevo Museo de Khartum en mayo de 1971, la creación del Departamento de Arqueología en la Universidad de Khartum, del Departamento de Cultura en el Ministerio de Información, y la transformación del antiguo Servicio de Antigüedades en la actual Corporación Nacional de Antigüedades y Museos del Sudán (NCAM), cuyo Director General actual es Hassan I. Idriss. También se manifiesta preocupación por formar especialistas sudaneses en el exterior, para transmitir después sus conocimientos a las jóvenes generaciones. En otro plano, se exalta la figura de Taharqo, quien pasa a constituirse en el héroe epónimo del país, símbolo de la antigua grandeza del Imperio de Kush.
Los estudios etnográficos, lingüísticos y arqueológicos de los pueblos sin escritura del Africa profunda, cada vez más intensos, iluminan aspectos de la cultura kushita. Al respecto Timothy Kendall anota en Meroitica 10:
“...despite its veneer of Egyptian culture, Meroitic civilization will be better understood when we begin to make as much use of the data that exists upriver as we have heretofore made use of that which exists down”. (5)
Una asignatura pendiente es el mejor conocimiento de las fronteras “africanas” del reino, es decir las del oeste, sur y este. Se trata de territorios prácticamente vírgenes para la arqueología, muchos de ellos desérticos. Todos los sitios históricos del reino se hallan sobre las orillas del Nilo, o junto a los uadis de la Butana. Pero los meroitas no miraban solamente al norte. Aunque aquella fuera la dirección predominante de sus intercambios mercantiles, sus peregrinaciones religiosas o sus embajadas, un razonamiento lógico lleva a postular contactos con pueblos del Africa profunda, durante 1.000 años, enfrentándolos en guerra, intercambiando mercancías, transmitiendo bienes culturales. Será necesario explorar esos territorios en busca de tales indicios perdidos.
Con la denominación “Ancient Nubia. Egypt´s Rival in Africa” se realizó en 1993 una exposición en la Universidad de Pennsylvania, y con el mismo título publicó un libro David O´Connor (Philadelphia, The University Museum, 1993), entendiéndose en ambos casos el término “Nubia” como sinónimo de “Kush”. En Chronique d´Égypte fasc.145 (1998) Lana Troy comenta el libro, diciendo:
“Seen from the an Egyptological horizon, the most striking quality of this text is the author´s implicit intent to elevate the current status of ancient Nubia both in terms of its relationship to Egypt and as a sophisticated example of early African state formation.”
Para ampliar el concepto cita una frase de O´Connor:
“Nubian achievement must be estimated in its own terms, via the evidence supplied by Nubian archaeology and, increasingly in Napatan-Meroitic times, texts, not by reference to a misleading standard of comparison with some other, better-known, culture” ( pág. 81)
La identidad de una civilización .
En los últimos años se ha insistido en la necesidad de considerar con mayor detenimiento muchos elementos culturales autóctonos, presentes desde los tiempos de Napata y evidenciados con mayor claridad en la época meroítica.
Es curioso que cuando se detectaban elementos “no egipcios” en los monumentos kushitas, se tendía a atribuirles los orígenes más diversos: sirio-helenístico, persa o indio, sobrevalorando influencias ciertamente posibles pero en modo alguno definitorias.
Entre los elementos que pueden considerarse propios de la cultura kushita, se encuentran:
· Estructura del Estado:
a) Destacada presencia femenina, que se manifiesta en la persona de la kandake (kdke/ktke), quizá hermana del rey, que posee rentas y funcionarios propios, y en la existencia de varias mujeres que llegan a ocupar el trono, ignoramos si en su carácter de viudas de reyes o regentes de menores de edad.
b) Una teoría de la sucesión dinástica que al parecer considera heredero del trono al mayor de los miembros varones de la familia real, anticipando el uso consuetudinario de linajes árabes y los califas abbásidas de Bagdad, y que resulta en los frecuentes casos de hermanos o primos sucediéndose en el trono.
· Religión: en el período meroítico, presencia destacada de dioses autóctonos, desconocidos en Egipto. Apedemak (figura humana con cabeza de león, tocado con la corona hemhem), es la personalidad preponderante como protector de la monarquía, y se lo representa como un combatiente portando espada, lanza, arco y flechas, o aniquilando a los enemigos. También es portador del sustento vital, y aparece entregando al rey el signo ankh. Aparece con triple cabeza y dos pares de brazos en un relieve del Templo de Naqa sin paralelo en Egipto; se pretendió vincularlo con representaciones divinas de la India, pero muchos lo consideran una creación totalmente original. Sebiumeker y Arensnufis son dos dioses que aparecen siempre juntos, en figura humana. Aunque en Sebiumeker pueden encontrarse atributos de Atum, y en Arensnufis el tocado de Onuris, son venerados con templos propios en el sur meroítico.
· Arquitectura civil: un elemento totalmente sin parangón en la región del Nilo es el hafir, reservorio para agua potable que aparece en sitios de la Butana. Se trata de una excavación aproximadamente circular de hasta 250 m de diámetro, con el piso alisado y rodeada con muros de hasta 15 m de alto, destinada a almacenar el agua de ocasionales lluvias procedente de regiones montañosas, para su empleo en la temporada seca. Se ha señalado su posible vinculación con estructuras similares de Arabia.
· Arquitectura funeraria: si bien los kushitas adoptaron la pirámide como monumento funerario, construido sobre la sepultura, modificaron la inclinación de sus lados respecto a la horizontal, que era de 65 a 68 grados en lugar de los 51 de Kheops o 53 de Khefrén. Las pirámides de Méroe no terminaban en punta, sino en una pequeña plataforma sobre la cual se colocaba un círculo de piedra como símbolo solar.
· Industria: mientras que en Egipto prácticamente no existen depósitos de hierro, el Sudán presenta en la zona de Méroe abundancia del metal. Los meroítas aprovecharon esa riqueza y desarrollaron técnicas de fundición para fabricar armas y herramientas en gran escala a partir de mediados del siglo 4 a.C.. Los relevamientos de Garstang identificaron grandes montículos artificiales en el sitio de la ciudad, compuestos por escoria procedente de desechos de fundición. A partir de esta evidencia nunca estudiada en detalle, comenzó a llamarse a Méroe “la Birmingham africana”, comparación que muchos consideraron desproporcionada. No obstante, las excavaciones de Shinnie en la década de 1970 confirmaron la importancia de la ciudad como productora de hierro y localizaron hornos de fundición. En 1982 Tylecote volvió a estudiar la evidencia practicando nuevos sondeos, y en 1992 Rehren (6) sometió a técnicas analíticas muestras de material confirmando plenamente el origen de los montículos. Calculó que sólo en el área vallada de la ciudad de Méroe puede haber entre 5.000 y 10.000 toneladas de escoria, aunque advirtió sobre la necesidad de dividir esta cantidad por el número de años, quizá 500, durante los cuales los hornos estuvieron activos. Se considera que Kush pudo constituirse en transmisor de la tecnología a otras regiones del Africa.
· Arte: uno de los rasgos típicos es la incorporación de figuraciones escultóricas zoomorfas en la arquitectura de los templos, como cabezas de leones y elefantes en las bases de columnas y terminaciones de muros en forma de elefante en Musawwarat.
· Cerámica: la variedad Meroítica Fina incluye vasos de pequeño tamaño y formas variadas, a menudo pintados con diseños geométricos o motivos zoomorfos. Dice Shinnie que “...the pottery has a marked character of its own, though in many cases the motifs hark back to Pharaonic Egypt, as in the uraei and the lotus design... These painted wares…are a delightful and important contribution to ceramic history.” (7).
Es admirable la variedad “cáscara de huevo”, por su espesor de hasta 1 mm, obtenida mediante cocción a temperaturas muy elevadas. Es herencia del llamado Grupo C de Nubia.
· Más allá de los casos puntuales detallados, son muchos los autores que coinciden en reconocer como el rasgo propiamente original de la civilización kushita, su capacidad para recibir y aclimatar influencias culturales de los orígenes más diversos, adaptarlas a su idiosincrasia y traducirlas a su peculiar estilo. En relieves, joyas o mesas de ofrenda, el “aire kushita” resulta inconfundible.
Consignaba Jean Leclant en El Correo de la UNESCO de agosto-septiembre de 1979:
“La gloria de Kush se refleja indudablemente en algunas leyendas del Africa central y occidental. Entre los saos parece conservarse el recuerdo de una iniciación debida a hombres venidos del este. Se propagaron ciertas técnicas: varios pueblos colaban el bronce mediante el procedimiento llamado de la “cera perdida”, como se hacía en el reino kushita. Pero sobre todo –y ésta es una aportación capital- fue al parecer gracias a Meroe como la industria del hierro se propagó por el continente africano.
Cualquiera sea la importancia de esa penetración, no debe desestimarse el papel desempeñado por Kush: durante un milenio floreció, primero en Napata, luego en Meroe, una civilización poderosa y original que, bajo una apariencia egipcia adoptada de manera más o menos constante, siguió siendo siempre profundamente africana.”
Una serena consideración de las evidencias disponibles lleva a reconocer al Reino de Kush su entidad como una civilización con características propias. Es probable que para recuperar plenamente su identidad, deba esperar el ansiado hallazgo de una inscripción bilingüe que permita la traducción de los textos históricos donde sus reyes nos dejaron su testimonio. Entonces quedarán develados muchos interrogantes y la civilización kushita podrá ocupar su lugar en la historia universal.
Universidades y Museos de Europa y América .
Venerables instituciones de varios países han reconsiderado en los últimos años la posición de Kush respecto del Egipto faraónico. Algunas Universidades modificaron la denominación de sus cátedras y algunos museos introdujeron un nuevo ordenamiento de sus galerías haciéndose eco de las nuevas posturas académicas:
- Humboldt-Universität zu Berlin: desde el 2000 una reorganización del Seminario para Arqueología del Sudán y Egiptología lleva a imponerle el nombre de Instituto Richard Lepsius, y a dividir en dos su curso de estudios “Arqueología e Historia del Noreste de Africa”. Las nuevas especialidades serán: “Egipto” (Norte) y “Valle del Nilo Medio y Cuerno de Africa” (Sur), otorgando importancia equivalente a una y otra. En este caso la cultura meroítica se asocia con la Etiopía moderna en la misma área de estudios.
- Museo de Boston, que atesora la más importante colección de arte kushita fuera del Sudán, producto de las excavaciones de la misión HUMFA: la antigua sección “Egyptian” se denomina ahora “Ancient Egyptian, Nubian and Near Eastern Art”. En mayo de 1992 se inaugura la Galería permanente Nubia, con 600 m2.
- British Museum, Londres: el Department of Egyptian Antiquities (que incluía las piezas kushitas) pasa a denominarse hace algunos años “Department of Ancient Egypt and the Sudan”, poniendo en igualdad de condiciones las dos áreas. Queda en claro que “Sudán” se refiere exclusivamente al actual Estado de ese nombre, ignorando la acepción general de zona geográfica subsahariana.
- El Oriental Institute Museum de Chicago inaugura en 2002 la galería de Arte y Arqueología Nubia, otorgando identidad propia a las piezas incluidas antes en la sección egipcia.
- El Royal Ontario Museum de Toronto, Canadá, inaugura su Nubian Gallery en enero de 1992.
Asociaciones de investigación .
Las últimas décadas asisten al nacimiento de nuevas asociaciones dedicadas al estudio y divulgación de la cultura sudanesa, con especial énfasis en el Reino de Kush.
- International Society for Nubian Studies, creada en Varsovia en junio de 1972 con el objetivo de promover los estudios nubios mediante excavaciones, difusión de información y organización de Simposios cada 4 años.
- Sudan Archaeological Research Society (SARS) fundada en Londres en 1991 para difusión e investigación de la arqueología y etnografía del Sudán. Sostiene la misión del British Institute in Eastern Africa en Soba Este, antigua capital de Alwa, un relevamiento de la traza a cubrir por la nueva ruta Shendi-Atbara, un proyecto de rescate en la margen oriental del Nilo en la Franja de Dongola ante la expansión del área de cultivos, y el Proyecto de Salvamento Arqueológico de la Represa de Merowe entre Abu Hamed y Hamdab.
- Sudanarchäologie Gesellschaft zu Berlin e.V. (SAG), creada en septiembre de 1993; por acuerdo con el Institut für Sudanarchäologie und Ägyptologie de la Universidad Humboldt de Berlin desarrolla tareas de preservación y reparación de estructuras en Musawwarat es Sufra. Desde 1994 edita la revista “Mitteilungen” (Comunicaciones) de la Sociedad, ahora rebautizada “Der Antike Sudan”.
- Sudan National Archaeological Society (SNAS), fundada en Khartum en noviembre de 1995, promueve excavaciones en el área de Shendi.
Post-scriptum.
La Corporación Nacional de Antigüedades y Museos del Sudán acaba de lanzar un llamamiento internacional de ayuda para el relevamiento y la excavación de sitios amenazados por la represa de Merowe (antes llamada de Hamdab), a ubicarse 26 km aguas arriba de las pirámides de Nuri, es decir en la franja del Nilo que en medio de la “ese” sudanesa corre de norte a sur. Se trata de una zona prácticamente virgen para la arqueología, pero que por su cercanía con la antigua Napata cabe suponer que guarda aún muchas sorpresas. Se prevé que el embalse quedará completado hacia agosto de 2007, y se extenderá en una franja de 170 kilómetros. La entidad gubernamental invoca la Campaña nubia de la UNESCO y apela a todos los países del mundo para colaborar con misiones científicas, que recibirán parte de los objetos que encuentren. Tal vez esta circunstancia produzca un nuevo florecimiento de actividad arqueológica, que permita un mejor conocimiento de la milenaria historia del Reino de Kush.
REFERENCIAS.
1) Sir Leonard Woolley, Digging up the Past, 2ª. ed., 1954 (Pelican Books 1972), pág. 123.
2) William Stevenson Smith, Ancient Egypt / as represented in the Museum of Fine Arts, Boston 1960, pág. 184.
3) Bruce Trigger, Nubia under the Pharaohs, Londres 1976.
4) A.J. Arkell, A History of the Sudan to 1821, London, 1961.
5) Timothy Kendall, Ethnoarchaeology in Meroitic Studies, Meroitica 10 (Studia Meroitica 1984), Berlin, 1989.
6) Thilo Rehren, Meroe, Iron and Africa. En Der Antike Sudan, Heft 12, Berlin (SAG), 2001.
7) Peter L. Shinnie, Meroe. A civilization of the Sudan. New York (Praeger), 1967, pág. 119.
SITIOS DE INTERNET .
Sudan Journal of Archaeology and Anthropology www.arkamani.org
The British Museum Studies in Ancient Egypt and the Sudan www.thebritishmuseum.ac.uk/egyptian/bmsaes
Sudanarchäologie Gesellschaft zu Berlin e.V.(SAG) http://www.sag-online.de/
Sudan Archaeological Research Society (SARS) – Reino Unido http://www.sudarchrs.org.uk/
El llamamiento internacional por la Represa de Merowe: www.sudarchrs.org.uk/Appeal.doc
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